viernes, 11 de noviembre de 2011

Capítulo 4. Un paseo por el mercado de los 60. (II) El resto del mercado.




Seguimos el paseo por la galería de alimentación, paramos en la pescadería, todos los niños rodean la caja de cangrejos vivos que tienen una malla para no escaparse, con un agujero en el centro para meter la mano el pescadero.

Mientras los niños miran los cangrejos, el pescadero enseña las branquias rojas de la pescadilla a la madre para que vea que está fresca, y cuando la ha pesado y recibe el visto bueno de la señora la coge con una mano y con la otra la limpia de aletas y branquias y otras vísceras mientras grita ”La tengo fresca, hoy ,oiga”, todo un ritual, después la trocea en rodajas y la pone en un papel de estraza algo mas satinado que el del frutero y lo reenvuelve después en el socorrido papel de periódico.

Cruzamos al puesto de enfrente, el carnicero que igual que el pescadero llevan un delantal como el frutero pero estos a finas rayas horizontales verdes y negras.

Depende a la hora que vayas te puedes encontrar media ternera encima del mostrador descansando de su cansado último viaje, el carnicero tiene un tronco enorme donde clava los cuchillos, después corta la carne en el tronco cuya superficie esta más y más sucia cada día por más que la limpia con pulcritud, parece un verdugo de la Inglaterra de Enrique VIII.

Al lado tenemos la pollería, de la que cuelgan multitud de pollos ya sin plumas y conejos todavía con su pelaje, y en un lateral, unas urnas con huevos de varios tamaños y colores, que te colocan en una huevera de plástico que tu traes o en una de cartón que luego te recogen cuando juntas muchas a cambio de algunas pesetas.

Los pollos te los venden enteros y te lo despiezan como lo pidas, porque todavía no venden pechugas por kilos, ni muslos ni contramuslos.

Al fondo esta la casquería, poco frecuentada pero con clientes fieles, que aprecian todo tipo de vísceras, callos, hígados, sesos, corazones, criadillas,..., incluso sangre.

Mucho más frecuentada esta la tienda de embutidos o charcutería en donde cuelgan jamones y chorizos, y debajo en un mostrador escalonado protegido si acaso con vidrio, pero a la temperatura ambiente, descansan salchichones, mortadelas, quesos y jamones de York, aquí como la compra se hacía cada día era muy usual pedir mitad de cuarto, cuarto o cuarto y mitad que corresponden a 1/8, 1/4 y 3/8 de kilo respectivamente,

Había que pasar por la panadería a comprar dos o tres pistolas, ahora cursimente llamadas baguettes, y por la lechería a comprar la botella de leche Collantes , la que hace a los chicos gigantes, o sino la bolsa de Clesa o la botella de Ram, que a la Pascual en tetrabrik le quedaban muchos años para aparecer.

Y para terminar si no se me olvida nada de la lista de la compra pasamos por la droguería –cacharrería donde además de los juguetes, estropajos, barreños, escobas, colonias, las estrellas eran dos animales el jabón Lagarto, que valía para todo, y el papel higiénico El elefante de extraordinaria áspera suavidad que nos curtía como hombres y como mujeres, los papeles higiénicos de hoy hacen a las personas blandengues, el que no ha conocido el elefante no sabe lo que es la palabra rudo.

Y fuera teníamos la ferretería con estanterías con miles de cajas donde estaban clasificados por sus tamaños todo tipo de clavos, tornillos, tuercas y alcayatas, y también las herramientas para hacer las chapuzas en la casa, que luego nos enteraríamos que era el bricolaje.

Si era temprano todavía podíamos comprar churros o porras en la churrería y si era más tarde una bolsa de crujientes patatas fritas.

Buen provecho.

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