Hay un recuerdo en mi vida muy grato y que por muchos años que pasen, no se borran las sensaciones que produjo.
Yo, como muchos otros niños tenía la ilusión de ser futbolista y en mi caso del Atlético de Madrid, pero pasaron los años y la ilusión se quedo en el mundo de los sueños.
Pero mientras llegaba la confirmación de que no iba a ser una estrella del futbol fui haciendo algunos intentos de conseguirlo.
Aquel recuerdo se produjo en el primer partido de la liga interna de futbol del instituto donde hice bachillerato.
Aunque era una liga interna, estábamos correctamente uniformados, teníamos arbitro y porterías con redes.
Mi equipo se llamaba Independiente Atlético, y vestíamos de amarillo con pantalón negro, yo era el delantero centro, y en ese primer partido se produjo el momento mágico.
Algún compañero habilidoso me dio un pase en profundidad al campo contrario, yo estaba en el centro del mismo con el defensa que se encargaba de cubrirme, y empecé a correr, y tuve la suerte de correr más y más hábilmente que mi marcador, alcance el balón lo conduje unos metros y le pegue bajo pero con toda la fuerza que pude ante la salida del portero, vi que el balón lo superaba, cruzaba la portería y movía la red que había permanecido inmóvil hasta ese momento.
Esa es la imagen que más agradables recuerdos me produce, las ondas que se produjeron en la red cuando golpeo el balón y que cada vez vi más cerca porque mi imparable carrera me llevo a meterme también yo dentro de la portería.
Después vinieron los abrazos de los compañeros, y el camino tranquilo y sereno, con el deber cumplido hacia el centro del campo para esperar que los tristes y resignados contrarios pusiesen en balón en juego.
Aquel partido recuerdo que lo ganamos 2-1 y mi gol fue el primero del partido y del campeonato.
Después recuerdo que volví a marcar en el tercer partido, pero mi memoria no recuerda las imágenes como las del primero, y ahí se acabo porque el equipo no funcionaba bien y me colocaron de defensa central a partir del quinto partido, grave error de nuestro entrenador porque lo mío siempre ha sido crear no destruir.
Y con este primer gol convive en mi memoria el ultimo que marque, ya al final de mi carrera universitaria y también en una liga interna, pero de futbol sala, hay un compañero y amigo que me lo recuerda de vez en cuando en las ocasiones que nos volvemos a ver, fue increíble, recibí la pelota en el centro del campo de espaldas a la portería y me di media vuelta hacia el lado izquierdo avanzando unos metros con el balón, le pegue con la izquierda, yo soy diestro, y se coló el balón por la escuadra derecha de la pequeña portería de futbol sala, un gol precioso.
Los dos goles charlan en mi memoria, sabiendo que ya no tendrán más compañeros, pero de todas formas todavía cuando cojo un balón soy capaz de subirlo con tres toques a mi cabeza, haciendo buena la frase de: “El que tuvo, retuvo”.
Los individuos de esta subespecie evolucionaban de forma natural con el paso de los años, a adultos preinformáticos. Pero a finales del siglo XX los últimos niños preinformáticos tuvieron que incorporarse a una nueva subespecie que estaba surgiendo fruto de la evolución, los adultos informáticos. Esta es la historia de aquellos niños.
viernes, 11 de noviembre de 2011
Capítulo 18. La alegría de marcar un gol. Las ilusiones y recuerdos de un niño preinformático.
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